9.5.08

Leones azules (de la noche)



Vértigo cuando las palabras pierden sentido. Sucede. Entonces debo sostenerme al suelo con firmeza. Nunca cerrar los ojos, nunca dejarlos escapar. Pero no hablaré de muerte, todos lo hacen. Hay otras cosas, sí, esas que me mantienen encerrado, intentaré nombrarlas.

Se sucumbe sin esfuerzo y no sucede nada, nada, nada. Se podrían tomar los manubrios y pedalear, pedalear, pedalear. Imposible hacer algo, las cosas son silentes y amenazantes, hacen prevalecer su imperio. Los huesos se ponen tensos. Nada se quiebra y sólo un insoportable estarse siendo. Pero nada de eso, está de más decirlo pues las cosas tienen manos, infinitas prolongaciones, orificios invisibles como ojos.

Ahora olviden y miren, mis manos están podridas. Tal vez piensen que hago entre tantos cuerpos y leones. ¿Qué hago entre tantas manos muertas, entre tanta suciedad de visiones? Prefiero evitar pensarlo, no pregunten nada.

Quisiera que escuchen al niño reírse, reírse y cantar, cantar y matar. ¡Miren, el niño ha salido! Los leones caen dormidos. Ahora podemos dejar de ocultar. El niño no me deja decir. Todas las voces son suyas, suyas y de los leones, que saben todas las palabras.

En las noches los leones fosforescen en un intenso azul y junto a ellos algunas voces se estiran como chicle y envuelven el cuerpo. No lo puedo evitar y me pongo a llorar. Lloro sin tristeza, sin sufrimiento, lo disfruto. Y la oscuridad es mi cuna, las paredes no existen. Los leones son también mares de leche, amamantan al niño, que sueña, que sueña algo, algo sufre mucho, todo ello pareciéndose a todo. Espero diciendo palabras en silencio. Si intento algo más, los leones rugen, rugen y se retuercen en sufrimiento azul. Ahora puedo decir.

¡Escuchen, escuche! No queda mucho tiempo. Quiero decir, escuchen: los leones azules del niño, que el niño duerme amamantado por los leones que fosforescen, que fosforescen como mares de leche en la soledad, en la soledad son formas de buscar la cuna, la cuna duerme donde duerme el que sufre, el que tiene sufrimientos azules, también el que tienen sufrimientos violetas, verdes, amarillos. ¡Escuchen, escuchen!: la noche de los leones azules que giran en la leche, la leche envuelve el cuerpo del niño que desaparece en el fondo de la cuna, en el fondo donde sólo existen las palabras con silencio, con silencio parecido al chicle que se estira como el tiempo, que el tiempo cuando no pasa nada, y no pasa nada, nada de lo que un león azul durmiendo, llorando, susurrando diría en todo lo que dice…¡silencio! Escucho los pasos. Los leones, ellos, sacuden una garra, luego la otra, estiran las piernas, ellos…

Ahora de nuevo están mis manos, árboles antiguos secándose en la fosforescencia azul. Las cosas continúan, olviden, déjenme solo. No dije nada, lo siento, no dije nada.


por Ignacio Lavayen

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