9.5.08

El payaso que fue gozado hasta el sollozo


Nunca pensé que la señorita Thompson me pidiera ser payaso. No pensé que ser payaso me significaría dolor.
Nunca me han gustado los payasos y de lo que me acuerdo más bien es que de niño los odiaba, los detestaba, y bastaba que se me apareciera alguno para empezar a correr y llorar.
El miedo que les tenía era inmenso. No sé qué veía en ellos. Eran algo así como unos tipos con cara de estar tramando algo, algo muy malo, quizás querer matarme a carcajadas, o raptarse a mi mamá.

Muchas veces soñaba que los payasos venían a la casa, me tocaban el timbre y de buenas a primeras me raptaban en su moto-ninja hacia una especie de templo. Una iglesia clandestina donde se encontraban mi mamá, mi perro y mis dos tías. Atadas y en ropa interior. Ven para acá- me tomaba del brazo uno de los payasos, haciéndome sentar junto a mi familia en la banqueta del centro. Luego, desde el fondo, entraba lentamente otro payaso con el cartel de “Chicharito” en el pecho y me ordenaba que lo aplaudiera.
La cosa era que Chicharito tenía el olfato rojo y una lengua de alambre, ignoro en qué usaba esos dotes, pero llegaba un punto del sueño en que las luces se apagaban y solamente quedaba en medio ese payaso, iluminado por dos reflectores y moviéndonos la cola, todo seductor y mimoso. Contorneaba la cintura un buen rato, como si le picara algo. Ooohhhh con asombro lo mirábamos nosotros, Oooohhhh qué capacidad, Oooohhhh..., hasta que de pronto, con total sinvergüenzura, el muy canalla se bajaba el calzoncillo y descubríamos con pavor que tenía el vello púbico de lana. ¡Cómo aullaba mi madre ante el horror de esa imagen! Los otros dos graciosos reían y se acercaban donde tía Emmita para chuparle la oreja. Qué diablos me causaría esos sueños, pues me espantaba mucho.

Pongo esas anécdotas de infancia como prueba para mostrarles que no hubiera querido ser payaso. No no.
Perdón que no me haya presentado todavía, qué descuido, mi nombre es Eugenio Tomedale, amigo íntimo del caluroso industrial Policarpio Van Haussen, y llegué a esta ciudad buscando una forma de pagar las numerosas deudas que me acorralaban Allá, en el lugar de dónde vengo.

Lo primero que hice al llegar, desde luego, fue ir en busca de Haussen, con la noticia de que él poseía una gran fábrica de chocolates. Pensando en la posibilidad remota de solicitarle un dinero, o en el mejor de los casos empleo.
Lamentablemente, mi buen amigo dijo que estaba en la ruina y que casi todo lo que ganaba se lo mandaba a su esposa.
Caray-pensé-pues ahora qué hago, con esa mi cara Policarpio dijo: ¿Estás realmente necesitado no?, pues sí, dije, estoy jodidamente endeudado, y no sé qué hacer, a ver...pará, me dijo, quizás podría darte el teléfono de una señora, es buena, tiempo ya que la conozco, a lo mejor te puede echar una mano.

Mi bienintencionado amigo, guiado por su solidaridad, me entregó el número de lo que posteriormente sería mi desgracia

mi flagelación.


- Hola, sí, disculpe, hablo con la Señorita Kakuna Thompson?
- Sí, ¿quién habla?
- Me llamo Eugenio Tomedale, el señor Policarpio me dijo que tal vez podría llamarla...verá usted, recién llegué a la ciudad y estoy en busca de empleo...
- ¿Pero qué clase de empleo busca?
- No sé, cualquiera, estoy dispuesto a todo con tal de trabajar.
- Eeeste...bueno. Sí, a ver..., mmmmm el trabajo que yo le ofrezco no puede hacerlo cualquiera...
- ¿A qué se refiere?-dije.
- (Hubo un pequeño silencio) ¿estaría dispuesto a todo?
- Pues Sí, a todo.

Supongo que respondí con tanto aplomo que Kakuna no tardó en proponérmelo,

- ¿sería usted payasin?
-¿payaso? Aaah, sí, pues sí, claro, no habría problema.
- Pues bien. Entonces vengase mañana mismo a la oficina, lo espero a las tres y cuarto. No se retrase. La dirección es... Está bien, dije, y luego dijo: verá qué gran trabajo es éste, el sueldo es muy bueno, y de eso ni se preocupe, usted no pensará en plata después de hacer el trabajo. Será bastante movido. Ah! una cosa, debo decirle que trate este tema con la más absoluta discreción, ya que se relacionará con niños muy...podría decirse “especiales”, y, usted sabe, no queremos que la gente juzgue y que después todo se haga público. Es un trabajo bastante duro, pero su sueldo vale la pena.
- Téngalo por seguro, dije.
¿Niños especiales? –pensé, supongo que son enfermitos, o a lo mejor retrasados, da igual, necesidad es necesidad, y terminé diciéndole: en Eso quedamos.

Y así, con mucha sorpresa me enteré, que sus niños especiales resultaron ser conocidos empresarios y gente de mucha plata que padecía de ciertos trastornos sexuales. Lo horrendo fue que lo supe, reciÉn en la primera cita.

El primer encuentro que tuve fue en una especie de funeraria, no, no una especie, sí era una funeraria. Bueno, la cosa es que yo llegué puntualmente al lugar y me quedé esperando en una sala llena de ataúdes empolvados. Sentado. Esperaba mirando mi reloj, preparado y nervioso con mis cabellitos de lana verde y mi maquillaje casero, cuando de pronto, de uno de los ataúdes, salió un tipo vestido de drácula, con unos caninos de plástico enormes, ya verás lo que te espera, me dijo sonriente, nooooooo, le grité yo, por favor señor, qué quiere hacerme, yo soy el payasito que contrataron para la fiesta de niños, señor, por piedad, se le pido, por favor, le gritaba desesperado, mientras me manoseaba con lujuria y quería clavarme sus dientes al cuello. Hasta ese momento les juro que no sabía que me habían contratado para satisfacerle sus fantasías al tipo. Me asusté mucho, incluso creo que temblé, y hasta recé, e intenté huir por la puerta, pero él me tomó por la cintura y llamó con silbidos a sus ayudantes. Amarraron mis manitos a un féretro, y me desnudaron con furia.

Me cogió dentro de un ataúd de pino. Por atrás. ¡Y sin almohada!. Me matraqueó hípicamente las nalgas, tanto y tan duro que la madera de uno de los lados chirrió quebrándose, y yo terminé doblado como una salchicha ahumada, sufriendo y chirriando entre gemidos de pena.
Mi cuello de pollo empezó a gritar ante su vampiresca mordida hartas veces basta! Basta! papuchin drácula, basta! le quiero papuchin, le quiero draculinbaba, le quiero, basta! por favor basta!


El dueño de la funeraria me pagó 200 dólares. Estupendo, pensé, me brotaban las lágrimas, pero estupendo, la inmolación de mis gracias genitales había valido la pena.


La segunda cita fue con el policía erecto. Qué forma tan firme de pararse el hombre...
Me detuvo cuando estaba en camino a una residencia de ancianos. No estoy seguro, creo que eran las seis, seis y media, estás arrestado, dijo, no le hice caso y continúe andando como si nada hubiera pasado, me siguió dos cuadras, creo que se enojó, me tomó del brazo y me llevó consigo.
Pese a que reclamé y opuse resistencia no quiso liberarme y me llevó esposado a la comisaría.
Allá, ya dentro de un cuarto opaco, me puso la supuesta de que yo era un varias veces denunciado maleante, gozador de nenas, más conocido por todos como “el Pepino”. Autor de múltiples embarazos a las cholitas del barrio, incluida su hermana.

Sentí un total asco cuando me miró fijo, cómo diciéndome: algo muy bueno te va a pasar..., y un segundo después se bajó la bragueta y me tomó del cuello, qué estás haciendo, le dije, chúpemela payasito, chúpamela con empeño si no quieres que te encarcele carajo, y como no había otra alternativa, porque ahicito de su pistola estaba la pistolita, tuve no más que acceder.

Se la estaba lamiendo breve, la puntita digamos, pero lo hacía sin gracia, con asco, porque me repugnaba pues, en serio, les digo fuera de broma, me repugnaba, ya no aguantaba mi piquito, sentía que me mareaba, se ensanchaba mi piquito, me daban náuseas feas, se estrechaba mi piquito, y además mi piquito es frág...se ensanchaba mi piquito,...,se estrechaba mi piquito, y el muy loco me agarrab...se ensanchaba mi piquito,...,se estrechaba mi piquito, y también quería contarles que m...se ensanchaba mi piquito,...,se estrechaba mi piquito, se ensanchab...

Eres un cojudo- me dijo, no tienes fuerza al chupar. Si lo vas a hacer de mala gana mejor ya no.
Sabes, mejor pasemos a otro tema. Y me hizo dar un volterete...

Me ensartó su pinga de burro hasta hacerme gemir en tres patas, wouuuu... le gemí,

Qué elegancia que tenía el poli para darme por la retaguardia, por dios qué estilo, oscilábamos muy lindo con éste, una delicia!, ahí nos hubieran visto, todo iba a las mil maravillas, de lujo, y por desgracia, sí, no hay otra palabra, por desgracia, en uno de esos embistes, y se los digo porque a mí también me duele, me descalabró la nalga izquierda con su pene, Uyyyy, me quejé, no pues, no seas, no pues así, tienes que hacerlo con calma, suavito, tené cuidado ya, con calma, ¡CALLESE mierda! me dijo el muy malo, y siguió con la bombardeada.

Entre inserción e inserción hubo un momento en que lloré poco, no sé, a lo mejor era un tipo muy rudo, o tal vez ya se empezó a aburrir, le habrán molestado mis sollocitos o qué, pero justo cuando llegábamos al desenlace de la frotación me metió por la nuca un COCACHO, taaaan pero taaaan fuerte, que me hizo, es necesario que lo diga, me hizo...me hizo palidecer en el orgasmo.

El policía sí que tenía los morocos bien duros, y pese a todo, se podría decir que me cogió con virtuosismo, con un virtuosismo violento.


Las asquerosidades impunes que me hizo en aquella cita no dejan de sangrar hasta ahora Jueves, 15 de marzo. Diariamente tengo que comprar Tampax para controlar un poco la hemorragia y que no me venga la fiebre. Supongo que estoy perdiendo sangre y eso no está bien, por supuesto que no está bien, pero no me queda de otra.

Así van pasando los días, entre delirios y fiebre, tener que lavar mis calzones y pervivir con dolor.

Tuve innumerables tragedias que no valen la pena recordar. Encuentros con empresarios gustosos de las cuclillas, ginecólogos escocidos, y un montón de pesadillas carnales que iban desde comerciantes de la zanahoria hasta violadores con dengue.

En uno de esos encuentros conocí a Manu, bueno, Manuel, pero me dijo que lo llamara Manu, con confianza y sin miedo. Él era dueño de unos restaurantes por la Recoleta en el centro, y con el tiempo creo, que se fue convirtiendo en mi mejor cliente, si es que podía haber “un mejor”, ya que por lo menos él sí se preocupaba de que me sintiera bien al hacerlo. Me hablaba mucho sobre lo que era la dignidad y el valor del trabajo. Los consejos que me daba eran maduros, como de alguien con mucha experiencia, y en ningún momento parecía ser una persona en desequilibrio.
Además era algo así como un experto en las poses. Se sabía la de la ranita, el toronbolo, la garrafa abierta, y la quena del diablo. El tipo tenía una resistencia del demonio y casi siempre era yo el que terminaba sudando.

Sus caricias eran tan emotivas, que parecían las de una madre soltera, por no decir en celo. Qué manera más linda tenía de rozarme la oreja y continuar besando, y las meneadas sabrosas con que me embestía a medianoche me hacían ver estrellitas con sapos. No estoy seguro, pero creo que hasta incluso algunas veces, se los digo sin decoro, me hacía terminar.

Un día, que llegó de la calle, me compró una pomada para hemorroides y dos calzoncillos nuevos, parecidos a los que él me había destrozado el día anterior con sus manos. La verdad es que esos ya estaban bastante desgastados por los zurros, pero igual, él terminó de romperlos metiendo sus jutuchis ahí dentro, que bien que te has acordado pensé.


Manu amaba las cosas. Amaba tantas y tantas cosas, que me parece un poco difícil, ahora que lo pienso, poder clasificarlo. ¿En qué piensas?, me preguntó un día, en nada, le dije yo, sólo miraba, mientras me quedé parado frente a un estante de muñequitos que él tenía en su sala. ¿Te gustan?, me preguntó, hizo una pausa breve, te pregunto ¿si te gustan?, insistió, no supe qué responder, por supuesto que sí, me encantaban, pero le salí con un “eeeeeste sí, un poco”, dicho con mal disimulo, pues no quería que descubriera mi afición por esos colores con vida, no lo consideraba oportuno. Supongo que se dio cuenta, pues continuó con el tema, ¿y cuál es tu favorito?, siguió, pues creo que Snoopy, Snoopy me gusta mucho le dije, ah sí?, mirá vos, a mí también me gusta, qué coincidencia, dijo, y se rió un poco, no sé si te acuerdas de ese episodio en el que Snoopy se casa, sonrió, cómo olvidarlo le dije, si ese episodio es leyenda, quién no lo ha visto, creo que tenía mis once años cuando lo vi, buenísimo, te acuerdas que Snoopy le escribe a su hermano para que venga a la boda, aaaaaaaa sííi, y su hermano, que se llamaba Spike o algo así, hace un montón de cosas para viajar, sí me acuerdo, se mete a una carrera de perros, y al final termina yéndose no más a pie a la boda de Snoopy, síííí, y al final ni casamiento hubo no ve, sí, pues no se casaron, creo que termina comiéndose el pastel de bodas cuando llega a su casa no, pues sí, así terminaba creo, era un capítulo bueno, uyyyy, suspiró, qué buen dibujo que era ese boludo de Charlie Brown,uffff, suspiró de nuevo, síiii, dije yo, che y no te has puesto ha pensar que tú y Snoopy tienen algo en común, me dijo, no sé, le dije, y me quedé pensando, no te digo en qué para que tú solito te des cuenta y a ver si encuentras la semejanza, dijo, y me quedé como pensando, entonces Manu se subió los pantalones y ven conmigo, que hay algo que te quiero mostrar, y me llevó al cuarto de arriba, en donde estaban la tele y un enorme ropero viejo. Lo abrió con sus llaves y sacó un álbum de los cajones. Son mis recortes, dijo, quiero que los veas, a ver qué te parecen, me los pasó, ¿qué tal?
A mí, me sorprendió un poco, pues nunca hubiera pensado que un tipo tan torcido como Manu, Manuel, tuviera los mismos gustos que yo. Una afición secreta por una cosa tan trivial como los dibujos animados, podría decirse incluso que su forma de verlos era casi infantil, era un niño, pues supongo que por algo te contrató no, sino le gustaran esas variedades, no te hubiera gozado pues payasin.

Me puse como loco hojeando esos recortes. Tenía de todo, desde la historia completa de la Frutillita hasta las felinas aventuras de los Thundercats. Uuuuuta nooo, dije emocionado. Retazos completos sacados de revistas, diarios y envolturas de chicle. Láminas enteras con las series de Asterix y algunos stickers de Batman. Me quedé bien excitado porque tenía toda una colección de cartas del dibujo animado que había cambiado a una generación, si quieres aquí nomaciá lo hacemos, le dije, un poster mediano de Garfield y figuritas de arlequines que se animaban a tres colores cuando las girabas en dirección diagonal al sol. Muchos bocetos en tinta china que trataban de imitar a la Pantera Rosa y una pequeña florcita trazada en torpe crayón. Ahora quiero que te pongas en cuatro carajo, y pacjj!, me metió un manotazo que me hizo volar al suelo. Manu era fuerte, sí que Manu era fuerte carajo.

Desde ese día, nos vimos casi a diario, exceptuando el domingo, día en el que él iba a misa y decía que se purificaba para su salvación.
Ya no necesité más citas con otros enfermos, pues lo que Manu me dada por mis goces alcanzaba para lo necesario y más. Poco a poco fui cubriendo mis deudas, y al cabo de casi un año, terminé de pagarlo todo. Incluso me sobraron unos trescientos dólares, con los que me hice un chequeo médico, y mandé obsequios a mi mami.

Pensé que toda esa superación se la debía a Manu y creo que, después de tantos encuentros cercanos, empecé a agarrarle un cierto cariño.
Una noche me llamó por teléfono, y quedamos al día siguiente para almorzar. Como nunca antes, Manuel me llevó a un restaurant caro y decente. Eres mi amigo, dijo, yo invito, y vos mi amigazo, le contesté.
Ya en el lugar, Manu pidió dos paceñas. Nos las tomamos buen rato y luego pedimos un pique. Estaba sabroso. Está sabroso este pique, me comentó, y luego siguió diciendo: sabes qué, quería decirte algo, te invité a este lugar para, bueno pues, para..., no sé cómo decírtelo, despedirme, para despedirme, mañana me estoy yendo de viaje (noooooo! -pensé), y pues claro, como tú has sido el único en entenderme, además de ser excelente persona, y obviamente para demostrarte que soy un caballero, no quería marcharme sin antes, echarle un último polvo contigo.

Yo me quedé callado, no sabía qué responder, qué cosas decir ese rato, iba a estar cagado si él se iba. Tendría que retornar a las cogidas con bestias, y de ningún modo quería eso.
Ya no trabajes de payasito, me dijo, y sacó un sobre café y un regalo, ten, son para vos, para que ya no estés de culito por ahí, para que cambies pues y te rectifiques. Te va a hacer daño tanto embutido payasin, te lo digo como amigo. Ha sido un gusto gozarte. Luego se levantó de la mesa, vamos, pagó la cuenta y fuimos al Mustang de Manu.

(XXX)


Finalizado el encuentro salí del auto, caminé dos pasos y crucé al frente. Abrí el sobre y noté que Manuel me había dado plata, mucha plata.
Me di la vuelta de golpe y antes de que se fuera grité: ¡Gracias Manuel!, ¡no me digas Manuel!, corrigió, dime Manu carajo! y aceleró el coche para marcharse...

Iba camino al lugar dónde vivo y decidí abrir el regalo que me había dado. Le estaba arañando el papel brilloso cuando por hacerlo choqué bruscamente a una señora. ¡Me regaló un calzoncillo blanco con un dibujo de Snoopy!, ¡trasero!, “Perdón doña”, dije, sonreí al mirarla, y continué andando no más por la acera.

FIN


por Eugenio Tomedale

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