24.5.06

Temor vacuo

Tiempo
traspasa
la silla vacía se llena de besos
las tapas de cervezas vendidas llenan el suelo
voy besándote las patas
y el negro de tu cara va pintándose de rosas
etéreas
fugaces
un tiempo visible frente a ti
cuasi severo
cuasi estrujable
un tiempo de fotografía sin marco
un tiempo sin razón de tiempo.
Las palabras se secan
el piso se enjuga de cerveza
su espuma va lamiéndole la cara
su esperma adhiriéndose en su piel
se refresca de sexo
le cubre los ojos el morbo
la impudicia
la soledad
deja de verte la cara negra
deja de verte la cara pintada
la envidia te revela deseos escondidos
indómitos
visibles

carentes de velo
no quitas los ojos de su piel
de su tacto
el tacto del suelo ahora
lo que siente
todo lo que puede tocar
y tú estás lejos de cualquier tentación
estás lejos de toda realidad
nadie te mira
te cerraron los ojos
y tú los tienes bien abiertos
fijos mirándole a él
rezándole el pelo
sobándole el aliento
deseándole tanto, a él....
Los ojos buscan el vacío
un vacío individual
todos los vacíos están ocupados
en el baño hay una fila que da vuelta las escaleras
el vacío también
el ruido tiene el poder
el poder oculta
el ruido oculta el vacío
el vacío es preciso para respirar
el vacío llama a gritos
los miles de ojos perdidos en alguno
felices de no ver
de no buscar
de estar perdidos en el aire
de volar en un vacío particular
encasillado
encerrado
en cuatro paredes particulares
individuales
son fantasía en carne.
Las tapas de cervezas
las tapas vendidas se desechan

las tapas son las que caen en el suelo
las tapas son unas vendidas
se sacian de espuma y ebrias caen al final
sin sentirse verdaderamente muertas
sin sentirse verdaderamente caídas
ni desechadas...
las tapas son pequeños ídolos
todos en el lugar desean ser una
venderse
embriagarse
y caer inconscientes
en un vacío duradero
delicado
blando.
Los silencios son los nuestros
nuestros silencios se calman
se ordenan
se alborotan
y mueren tragándose compasión;
tosen por los rincones
por las murallas pintadas de graffittis
por los salones desbordados de gente sola
por los sombreros de los soldados
por las aceras inundadas de bocinas
por las orejas inundadas de bocinas de autos...

Tapas mis ojos
tapas mi corazón
tapas mi amor
tapas que mueren
que asesinan y callan las voces apasionadas
tapas que enmudecen y enceguecen
ya no existe nada más allá...
todas son tapas
tantas botadas en el suelo
tantas que no tienen camino
no existe un fin


ni delirio
ni vacío
que pueda sacarnos de aquí;
sólo el sonido quedo al caer
un final que nunca llega a ser fin
la conciencia impresente en la muerte
nada que te grite tu realidad
eres una caída
sólo se oye la caída
sin gritos que adornen el espacio
y priven a otros de vacío.
La frustrante melodía unísona del derrumbe
estrellas quizás
que se estrellan en un suelo ordinario
sucio
común a cualquier amor
y nada más.
El vacío crece en materia
el vacío se hace real
principio de todo delirio
el vacío me da un vaso con agua
que bebo después de mirarme en el espejo de enfrente
sé que no estás del otro lado
sonrío
con vacío
con certeza
con soledad
sonrío y soy hipócrita con mi imagen
a pesar de que ahora me guste estar rodeada de perdedores
y llamarme con ellos,
con su esencia
ahora soy ellos...
tú estás fuera de todo espacio y división
ya ni siquiera se te alcanza con el desprecio...

Alejandría
Cien de Cien


Las 8 de una noche, tiempo odioso que se deja medir, que se deja convertir en una necesidad palpable, la gente y los autos, las luces y la basura, los olores van decayendo a medida que lo humano toma el lugar de la luz natural.

Comienzan los roces, los choques, las miradas poco tímidas, todos comienzan a ser más, sin perturbación alguna que provenga del miedo, sin miedos que emanen de la visibilidad, de la evidencia.

Se hacen tenues las formalidades y aquello que debe ser en el día. Luego está el despertar con las cabezas que caminan y de las cuales se dilatan cuerpos pendulares entrevistos o imperceptibles. En las cabezas los ojos como seres con vida propia que andan por ahí y se mueven en un tiempo individual.
Coincidimos en el micro, somos todas mujeres, paradas, preñadas, colgadas de las barras, mirando a los hombres que van sentados y esquivan nuestras miradas imprecantes o ni se dan cuenta de nuestra aparición.

Todas sintientes, ante todo seres que sienten. Cerca de ellas lo único que puedo percibir es esa bruma invisible que lo envuelve todo, que permite sentirse cuerpo ante todo.
Ellas sienten como lo primero, y ante todo en los pies, sientes en esos pies que viajan apuntando hacia el suelo, ese suelo que traspasa y se va, todo quiere traspasar por simple placer, ese suelo que corre bajo el bus a no sé qué velocidad. Sienten los brazos que cargan bolsas, negras o transparentes, eso ya dependiendo la disponibilidad, la valentía o el descaro. Aquellas que llevan manzanas las muestran, cuelgan de sus
pendientes brazos las bolsas translúcidas como cristales gelatinosos que encierran corazones bermellones, otras que llevan choclos y papas
cosechadas, también chompas y abrigos pesados dentro de las bolsas, esta vez negras; las hay que
llevan carne y fideos, o bolsas repletas de bolsas, cargas dentro de más cargas.
Una de seis lleva tacos, una de cinco, falda, una de cuatro un plato de plástico con comida, expuesto a manera de bandeja, una de tres lleva
un frasco con tapa roja con quiénsabequé, líquido y blanco mal escondido en su pequeña mano, una de dos ofrece ayuda a la que lleva el plato, una de cuatro la rechaza, dos de seis se miran y gesticulan, cinco de seis piensan en algo lejano al lugar, al tiempo y al pensamiento, cinco de seis emanan calor, todas perfumadas a su modo, inquietas según su estilo, dos de seis miran, una
de veinte lleva un libro, dentro o fuera, seis de veinte llevan un hijo, fuera o dentro.
Una de seis pone su peso en las piernas de la otra para pararse, pero en verdad no lo hace con todo su peso, ni porque le falte fuerza para hacerlo, si no es para tocar, para sentir al otro, a la otra, para invadir espacios, maternal, sensualmente, quiénsabeporqué y seis de seis se despiden ‘hasta
mañana’, con un optimismo tácito, sin pesares ni existencialismos ni vértigos por la noche que separa al encuentro del día muerto ya, el que están matando, no se sienten asesinas.
‘Hasta mañana’, todas sonríen con bocas hermosas según su laya, según su creación propia, mujeres hechas, maltrechas, todas son hermosas, casi todas, con grietas en la cara, con polvos y barros de color, todas con y sin cabellos, con o sin candor se miran.

Alejandría
Tal vez

No se porque hago esto, me repito una y otra vez, supongo que es rutina. Pero debo dejar de pensar. No tardará en contestar alguna voz anónima

- Buenas tardes señorita.
- Buenas tardes. -Contesta una voz algo familiar-.
- ¿Tiene algo de tiempo para dedicarme?
- Supongo.
- Entonces le contaré mi historia

Un suspiro desganado y atormentado me invita a continuar.

- Subí a ese bus y nunca la volví a ver. En realidad nunca la conocí, pero de haberme quedado 5 minutos más en esa parada de buses, probablemente hoy estaría felizmente divorciado. No se de quién hablo, ya lo dije, nunca la conocí, pero sé que era hermosa. Hermosa… ¿Cómo? Hermosa como todo, talvez era asiática, inclusive pudo haber sido una vendedora ambulante, pero de que era hermosa no cabe duda. Seguramente se llamaba Jessica, no lo se, pero me hubiera gustado algún nombre con “J”, así podría hablarle mas fácilmente. Le diría: “Buenos días Jess, ¿con que te soñaste ayer?”

Y como todas las demás mujeres en mi vida me digeriría sin masticarme y me colgaría por intruso e inoportuno. Pero en mi historia no puedo permitir esas imperfecciones, ya que el único error admisible fue tomar el bus 5 minutos antes que mi destino.

¿En que iba? Ah, si: era hermosa. Había belleza en cada una de sus imperfecciones, todo era perfecto. Tenía un exquisito mal carácter, un irresistible deseo de tener todo bajo control, puede ser que inclusive haya tenido 2 hijos. No, mejor no, en esos tiempos yo era demasiado joven como para querer andar con mujeres mayores. Entonces simplemente diré que era hermosa.

Probablemente yo le habría gustado, se hubiese acercado a hablarme con una excusa ocurrente: “¿Qué hora tienes?” me hubiese preguntado.

A pesar de no tener reloj, yo habría buscado ávidamente alguno, y después de una breve mirada desconcertada hacia el reloj digital del niño al lado mío, le habría dicho: “Son las 9:15, ¿Cómo te llamas?”

Mierda, siempre tengo que ser tan torpe… ¿no pude haberle dado una respuesta más estética? Como: “Lindos aretes eh…” Pero así no soy yo. Además de torpe soy inoportuno. Soy inoportuno hasta con el tiempo; ¿no pude esperar el siguiente bus? Claro que no, nunca


pienso bien lo que hago. Y como el gran inoportuno que soy, tuve que tomar el bus a las 9:10…

Pero sigamos: de no haber sido así, si hubiese tomado el bus a las 9:15, ella me hubiese respondido con una risita en tono de burla, y me hubiera dicho: “Me llamo Jessica”. Y como todas las demás, no se hubiera molestado ni en preguntarme mí nombre. No me iba a importar, de todos modos, iba a tomar el bus que ella tomase sin importar el que fuese, y le iba a charlar todo el camino. Ahí hubiera descubierto una áspera voz que no quiere regalar información sin recibir anécdotas a cambio y ese mal carácter que tanto me hubiese movido el piso. Hubiese descubierto aquella áspera voz que aún hoy seguiría en mi cabeza, la misma que seguramente años más tarde me diría “Sí, acepto”. Aquella misma voz que otros años más tarde me pediría el divorcio. Claro, porque soy un don nadie, pero al menos con ella todo hubiese sido perfecto. Al menos ella no se hubiese casado conmigo por miedo a quedarse sola. Eso hubiese ocurrido cuando en realidad lo tenía todo. Hasta tenía futuro. Ah… Jessica. Pero claro, tuve que tomar el bus a las 9:10.

Bien, ahora te contaré de una mujer que existe, la que en realidad se casó conmigo. ¿Sigues ahí?
Y al otro lado del teléfono me responde una voz aun familiar, áspera y tristona:

- Sí, supongo…
- Bueno, se llamaba…

Pero esa voz áspera y tristona la escuché en algún sueño. No suelo hacerlo en estas conversaciones estrictamente anónimas, pero esta vez le pregunto, interrumpiendo

mi propia voz:

- Perdón, ¿Cómo te llamas?
- Jessica
Responde de mal humor mi amiga telefónica, alguna vez anónima. Que lástima. Esto no debería pasar, los sueños no deben mezclarse con la realidad. Entonces le digo de mal humor:

- Perdón señorita, me equivoqué de número.

Y cuelgo. Intentemos con el numero siguiente: 2442248…

Espero que la que atienda no desafíe mi historia casi perfecta y llena de imperfecciones, porque la vida no es así. Los hombres creemos que la vida empieza con un orgasmo. Lo que no sabemos es que de ahí en adelante todo va en picada. Es una lástima que nunca conocí a Jessica. Lástima que viví mi vida. Lástima que a otro le tocará vivir la historia que siempre cuento. Lástima que en el bus de las 9:10, cinco minutos antes de mi destino, tuve que conocer a Mariana. Lástima que todo haya acabado tan mal con ella. Lástima que el juez ya no me deje ver ni a mi hijo. Lástima que sea ella la que contesta el teléfono.


- Buenas tardes señorita
- ¿Cómo conseguiste este número? Sabes que no puedes acercarte ni llamar
a esta casa. Y ni se te ocurra acercarte a nuestro hijo…

Cuelgo, no vale la pena mezclar el pasado con la frustración.

Mañana iré a esa misma parada de buses, y como cada día desde hace 3 años, esperaré 5 minutos después de que pase el bus de las 9:10. Y si tengo suerte…mucha suerte, mañana conoceré a Jessica. No sé si a Jessica, pero su vida estará llena de mi ausencia, y le diré:

- Buenos días Jess, ¿con que soñaste ayer?

Y no será por teléfono, así que no me podrá colgar, ni yo a ella, y luego le podré decir que toda mi vida he soñado con ella. Aunque no se llame Jessica, aunque no sea hermosa.

Lorene Congrains


Te Odio


Odio cuando me miras, no por tus ojos, sino por tu pensamiento perdido.
Odio cuando hablas, no por tu voz, sino porque dices cosas que te duelen.
Odio cuando te ríes, porque intentas ocultar lo que sientes.
Odio cuando sonríes, tus ojos y tus labios piensan diferente.
Odio cuando dices te quiero, porque si lo dices es verdadero, y nunca te lo dijiste.
Odio a tus mil amores, todos ellos platónicos, empezando por ti.
Odio cuando te miras en un espejo, no podrías mirar sin después llorar.
Odio ver tu sangre, no por miedo, sino porque sé que es tu condena.
Odio la burbuja donde vives, que me permite ver tu alma.
Odio cuando lloras, porque tu llanto jamás es falso.
Odio cuando amas, porque no importa que no te amen.
Odio cuando odias, si odias es que alguien te ha dañado.
Odio cuando piensas en el amor, porque no crees en él.
Odio cada centímetro de tu cuerpo.
Pero lo que más odio es que tú y yo somos la misma persona.

Lorene Congrains
Vértigo

Cuando estoy aquí
cuando regreso de un lugar muy lejano comienza el mareo al ver por mis ojos
los colores se hacen nítidos
y las formas se solidifican
en cosas fuera de mí
en ese momento
el mareo se convierte en vértigo
en fobia
existo
y el árbol que está a mi derecha
ya no es más un desvarío
su realidad me hace temerle.
En mi flanco izquierdo
siento un vacío
demasiado real, está ahí, al igual que yo
este vacío
ocupa un lugar a mi lado
camina a mi paso, se detiene cuando yo lo hago, mira de frente mi costado izquierdo
está al asecho, tiene deseos de apoderarse de él, y debo mirarlo de reojo
pues, en cualquier momento querrá expandirse y me arrebatará, sin posibilidad a suspiro
toda una mitad.
Puesto que la otra mitad necesita la que me será extirpada, moriré en el instante...

Alejandría
Luces para entrar

Colectivo en trance de luces verdes violeta,
sonidos con café y galletas remojadas
en un frío oscuro,
túnel de azúcar indisoluble,

boca de pan que se come.

Hoy no tengo prisa y el tiempo
traga distancias.
Nos miramos un poco, las bocas que manan baba la una a la otra se secan, se lamen y transmutan en permisibles.
El semáforo nos trueca el silencio y el ruido,
un ruido cotidiano que se manifiesta
y me cambia las palabras.
Semáforo gris me dicta que debo salir,
Semáforo sangre, miramos las bocas grietas,
Semáforo azul, sólo ruido y silencio haciendo el amor.
(y la guerra)
Mis niñas ajenas me hablan en lenguas extrañas,
¿ pero no te vas a ir ?
Las miro del otro lado de la cerca.

Alejandría
“[...] Tal proceder, que no lo siento justo, me hace pensar que como no hay situación suficientemente encumbrada o humilde aun tratándose de arte, y de artes liberales también, que no suscite la sospecha y la calumnia a ojo cerrado, por causa de los bribones que sientan tan malos precedentes, entonces resulta mejor no ser ni pretender ser ni chicha ni limoná, ya que nadie quiere que nadie sea más. Pero está bien. Hay que favorecer todos los medios posibles de desorganización, para luego poder reconstruir todo con materiales limpios.”

(ARTURO BORDA,. El loco. I.
La Paz-Bolivia. 1966. H. Alcaldía Municipal de La Paz )




23.5.06



Preliminares al suicidio de los Lirios

En tiempos de cacería, me sirve tu destierro.

El suicidio de los Lirios

Los Lirios se suicidan
cuando las abejas
confunden su amor
con una aventura.

Su particularidad
es el suicidio en masa
si bien no son todos
descorazonados a la vez,
sí les descorazona
el descorazonamiento ajeno.

Así es que
podemos llamarles solidarios
a los Lirios
mas escapa a nuestras letras
definir el adjetivo justo
que merecen
por ser el objeto de su solidaridad
la muerte, al fin.

El Lirio al igual que el árbol feroz
cae sin cesar
y el sonido polifónico
que despega de su muerte
es tan sólo perceptible
por los oídos de un ángel
o por los pies de algún loco
que se crea flor.

En el mundo existen dos tipos de seres
los Lirios y los no-Lirios,
los unos son tristes
los otros sólo existen sin
remordimientos.

Alejandría

La suicida

Era una noche fría,
yo estaba sentada frente al mar,
mi intención no era que el inmundo panorama se pareciera a un libro
de García Márquez.

Todo encajaba perfectamente,
el viento soplaba fuerte contra mi cara,
mi pelo volaba,
no era nada romántico,
sentía que mi cabello saldría volando
desprendiéndose
de mi cuero cabelludo.

Estaba sola,
ningún príncipe baboso me acompañaba,
tampoco estaba vestida de blanco,
simplemente llevaba una sudadera
vieja que olía mal
porque me había sentado en unas algas putrefactas.
La luna no me iluminaba,
mis ojos opacos como siempre
estaban tapados por un pedazo
de tela de lienzo
que había encontrado
sobre la arena pegajosa y café.

Entre la espuma de las olas
aparecía una que otra vez
una bolsa de basura,
latas de cerveza y pescados muertos.
La humedad me entraba al cerebro
y sentía cómo cada una de sus membranas se iba enmoheciendo.
Todo era perfectamente claro
gracias a un bullicioso boliche
a dos cuadras
que iluminaba todo el entorno.
Nada estaba fuera de su lugar.
Hasta que pude ver
entre las grandes olas
cómo se avecinaba un bulto
hacia la orilla.

Me acerqué al montículo
de cangrejos muertos
y ví un cuerpo.
Me detuve a ver su rostro,
entonces recordé que poco antes
había estado en el mismo lugar
pero viva.

Lorene Congrains