9.5.08

La decapitación del tiempo

“Para hallar un simulacro de paz necesito aferrarme a un tiempo sin mañana, a un tiempo decapitado."
Emile Cioran



La hoja en blanco me mira con un título solitario en el entrecejo, y me lleva a pensar en aquello que pueden sugerir estas primeras palabras. Es posible interpretarlas como un atentado al tiempo, pero la decapitación no implica muerte. Neruda se encarga del desmembramiento del tiempo, sin que con ello se logre su caída íntegra.

El reloj
siguió cortando el tiempo
con su pequeña sierra.
Como en un bosque
caen
fragmentos de madera,
mínimas gotas, trozos
de ramajes o nidos,
sin que cambie el silencio,
sin que la fresca oscuridad termine,
así
siguió el reloj cortando
desde tu mano invisible,
tiempo, tiempo,
y cayeron
minutos como hojas,
fibras de tiempo roto,
pequeñas plumas negras.

La atracción y repelencia que ejerce el tiempo en nosotros es sublime. No podemos pensarnos sin él. Pensar en el tiempo puede abolir nuestra insignificancia y, a la vez, acrecentarla. No se puede no pensar en él ni aun declarando su muerte, como ya lo hizo antes, sin que se haya conseguido ninguna ventaja sobre su sentencia inapelable.
Lezama Lima encuentra que en el vacío la velocidad es infinita, y entonces deja de existir un tacto que determine el roce de las cosas entre sí; la realidad es detenida, la resistencia se hace también infinita y lo que se esperaba de esa velocidad vertiginosa no es más que parálisis. Las contradicciones llevan a un colapso que no termina de erupcionar nunca; todo se mantiene y nada se contabiliza. Las cosas están y no están, son exactamente lo opuesto de lo que aparentan. En ese vacío no existe movimiento, y en la ausencia de movimiento se halla la forma de matar al tiempo; pero la inmovilidad es posible sólo en el vacío, y se pasa de un problema a otro, tan o igual de severo: ¿dónde está el vacío? Ese lugar donde ya no se cuenta uno en el tiempo, donde se encuentra el cadáver de éste mismo y que seguramente trasciende un olor a mirra, donde la muerte no traiciona a los amantes y queda otra salida separada de la demencia.
El misterio al que aluden los escritores y filósofos cuando se refieren al tiempo no es otro que su medición: un enigma. Agustín refería:
Sé que mi discurso sobre el tiempo está en el tiempo; sé, pues, que el tiempo existe y que se mide. Pero no sé lo que es el tiempo ni cómo se lo mide. ¡Ay de mí, que ni siquiera sé lo que no sé!

Es por esta combinación de fuerzas que se anidan en el espíritu humano que el empecinamiento por preguntarse por el tiempo, con el tiempo, en lugar de convencer al hombre de la imposibilidad que existe en develarlo, le da una fuerza terca para seguir contemplándolo, aunque sea sólo en su imaginación.
La atracción reside en la infalibilidad del tiempo, pues, como condenan:, “el movimiento puede pararse, no el tiempo”, Ricœur; “y aunque no todas las cosas envejecen, mas todas perecen”, Agustín; y “ese ‘desde aquí’… y ‘hasta aquí’ severo, rígido, inflexible”, Heidegger.
Pero, como en todo apasionamiento, el fuego se mantiene necesariamente por alguna coincidencia. En este caso, la naturaleza del tiempo coincide con la distensión del espíritu humano, según lo que se puede intuir. Heidegger nos dice que podemos comprender nuestro existir por la intuición de lo que es el tiempo. La identificación está también, como dice Octavio Paz, en que “el tiempo no está fuera de nosotros, ni es algo que pasa frente a nuestros ojos como las manecillas del reloj: nosotros somos el tiempo y no son los años sino nosotros los que pasamos.”
Esta superposición y penetración del tiempo en nosotros, la separación inimaginable, nos asfixia. El tiempo nos estorba, invade nuestra individualidad. Es necesario volver a pensar si el tiempo existe, si es o no es; de ello depende nuestra tranquilidad. Si siguiéramos a Heidegger, pensaríamos: “el tiempo no es, pero el uso cotidiano del lenguaje nos obliga a decir que es”. “El tiempo no es nada en sí. No hay tiempo absoluto, ni una simultaneidad absoluta. El tiempo es aquello en lo que se producen acontecimientos”. Por otro lado, el argumento escéptico sostiene también que “el tiempo no tiene ser, puesto que el futuro no es todavía, el pasado ya no es y el presente no permanece”.
Con estas consideraciones aparentemente podríamos librarnos del ser del tiempo, pero negar éste sería una negación de nosotros mismos, por la identificación que es esencial. Quisiéramos abolir esa simpatía fuera de la voluntad que no nos permite negar el ser del tiempo; quisiéramos viajar al espacio y volver a la tierra sólo para ver a los que conocíamos, viejos, acabados; ver que ellos son el tiempo, que han pasado, que dentro de poco ya no estarán más, ver su sin-retorno lejos de nuestra existencia. Quisiéramos separarnos de nuestra naturaleza, quitarnos esa esencia fútil. Tal vez una respuesta sea no pensar el ello. Como medita Sartre: “me pregunto si el único medio de salvar uno su juventud no será olvidarla”. Muchos somos mártires de la juventud sólo por sentirla.
No sabemos cómo entender el presente (sobre todo el presente), porque se mide tan solo el pasado y el futuro; en el momento de reconocerlo no existe más que espera y memoria. El presente es lo que no permanece y lo que no tiene extensión, según cierta concepción. Según Ricœur, el presente es triple, pues el pasado y el futuro están en él. El presente contiene una multiplicidad interna. “Así, el presente es pasado por el recuerdo, y es futuro por la espera”, sin dejar de ser al mismo tiempo el punto, indivisible. El poeta alemán Meister coincide, en su poema Ahora:
Ahora:
un septiembre,
por la tarde.
AHORA
es hace tiempo.

Se busca un escape, deseando tal vez que como para la realidad existe una irrealidad, para un tiempo exista un no-tiempo, o una forma de éste que haga soportable la faz drástica de su discurrir. Se busca un camino sinuoso, un atajo, una curva de Olguín que nos permita huir con honores. Se ha considerado la existencia de un tiempo cosmológico y un tiempo fenomenológico, y se han ocupado de espiarlo los físicos y filósofos.
Desde una lectura de Ricœur descubrimos un tiempo distinto, un tiempo Godot, destructor de realidades absolutas. Nos dice: “la especulación sobre el tiempo es una cavilación inclusiva a la que sólo responde la actividad narrativa”. El tiempo propio a la narración y a la historia para Ricœur es un tercer tiempo, que se encuentra entre el cosmológico y el fenomenológico. Manuel Maceiras nos dice también: “el tiempo como realidad abstracta y cosmológica adquiere significación antropológica en la medida en que puede ser articulado en una narración”.
Es por ese camino que encontramos una respuesta, una manera de decapitar al tiempo, de librarnos aunque sea por momentos de ver la máscara tenebrosa del tiempo en el aire, en todo lo que rodea al aire, al vacío y lo que nos circunda y se muestra a nosotros. El tramar constantemente, el crear historias, el navegar dentro el tercer tiempo, es escribir, al fin, es cambiarle el lugar a la cabeza del tiempo. De cabeza, la cabeza en el mueble que está lejos de su cuerpo; el tiempo pierde la cabeza, deja de mandar, está destronado.
Se trata de afirmar que el tiempo está en nuestro interior, pero no como nuestra esencia forzosa e incómoda, sino en nuestras elaboraciones mentales, siendo producto nuestro, de nuestra imaginación o razón, creado por la misma necesidad que se creó en nuestras mentes el amor, la felicidad y dios.
El tramar es decapitar, es quitarle la cabeza, es de-mencia. Si alegamos demencia no nos será difícil ver un tiempo sin cabeza corriendo alrededor de nuestras almas, totalmente indefenso, como un bípedo plume bruno y a punto de ser devorado por otra ave: el ruiseñor devorador del tiempo, de Stevenson, o, con más seguridad, el ser humano que trasciende.

por Alejandra


Pantagruelion






por Paola Lambertin- aeropolilla@hotmail.com

Leones azules (de la noche)



Vértigo cuando las palabras pierden sentido. Sucede. Entonces debo sostenerme al suelo con firmeza. Nunca cerrar los ojos, nunca dejarlos escapar. Pero no hablaré de muerte, todos lo hacen. Hay otras cosas, sí, esas que me mantienen encerrado, intentaré nombrarlas.

Se sucumbe sin esfuerzo y no sucede nada, nada, nada. Se podrían tomar los manubrios y pedalear, pedalear, pedalear. Imposible hacer algo, las cosas son silentes y amenazantes, hacen prevalecer su imperio. Los huesos se ponen tensos. Nada se quiebra y sólo un insoportable estarse siendo. Pero nada de eso, está de más decirlo pues las cosas tienen manos, infinitas prolongaciones, orificios invisibles como ojos.

Ahora olviden y miren, mis manos están podridas. Tal vez piensen que hago entre tantos cuerpos y leones. ¿Qué hago entre tantas manos muertas, entre tanta suciedad de visiones? Prefiero evitar pensarlo, no pregunten nada.

Quisiera que escuchen al niño reírse, reírse y cantar, cantar y matar. ¡Miren, el niño ha salido! Los leones caen dormidos. Ahora podemos dejar de ocultar. El niño no me deja decir. Todas las voces son suyas, suyas y de los leones, que saben todas las palabras.

En las noches los leones fosforescen en un intenso azul y junto a ellos algunas voces se estiran como chicle y envuelven el cuerpo. No lo puedo evitar y me pongo a llorar. Lloro sin tristeza, sin sufrimiento, lo disfruto. Y la oscuridad es mi cuna, las paredes no existen. Los leones son también mares de leche, amamantan al niño, que sueña, que sueña algo, algo sufre mucho, todo ello pareciéndose a todo. Espero diciendo palabras en silencio. Si intento algo más, los leones rugen, rugen y se retuercen en sufrimiento azul. Ahora puedo decir.

¡Escuchen, escuche! No queda mucho tiempo. Quiero decir, escuchen: los leones azules del niño, que el niño duerme amamantado por los leones que fosforescen, que fosforescen como mares de leche en la soledad, en la soledad son formas de buscar la cuna, la cuna duerme donde duerme el que sufre, el que tiene sufrimientos azules, también el que tienen sufrimientos violetas, verdes, amarillos. ¡Escuchen, escuchen!: la noche de los leones azules que giran en la leche, la leche envuelve el cuerpo del niño que desaparece en el fondo de la cuna, en el fondo donde sólo existen las palabras con silencio, con silencio parecido al chicle que se estira como el tiempo, que el tiempo cuando no pasa nada, y no pasa nada, nada de lo que un león azul durmiendo, llorando, susurrando diría en todo lo que dice…¡silencio! Escucho los pasos. Los leones, ellos, sacuden una garra, luego la otra, estiran las piernas, ellos…

Ahora de nuevo están mis manos, árboles antiguos secándose en la fosforescencia azul. Las cosas continúan, olviden, déjenme solo. No dije nada, lo siento, no dije nada.


por Ignacio Lavayen

La Heladera gigante



Martes 03/04/06

Un camión de mudanzas se ha estacionado en la puerta del edificio, y los empleados de la empresa están metiendo las cosas. Ya han pasado treinta minutos desde que empezaron. Hasta el momento ya he visto trastos: una cocina, aparadores de libros, una computadora, un televisor, de los cuales me ha llamado la atención una heladera (por su tamaño) y dos camas. Parece que la estadía de los nuevos vecinos no va a ser corta y que se tratará de una familia.

Martes 03/04/06

Llegamos a las tres de la tarde sin ningún contratiempo. Jack estaba un poco cansado, me dijo que iba a tomar una siesta. Antes le ofrecí algo liviano para comer. Me parece que el departamento es muy pequeño. No le diré nada a Jack por el momento, porque tardamos en decidirnos para venir acá. Lo bueno es que el lugar es muy céntrico y hay de todo. Es la primera vez que viviremos en un departamento. Esperemos a ver si fue una buena inversión.

Miércoles 04/04/06
Los nuevos vecinos me hicieron una visita en mal momento. Estaba en mi ducha calientita cuando escuché el timbre. Fui a la puerta maldiciendo al idiota que me interrumpió porque seguía enjabonada. Abrí la puerta y me habló este tipo, Jack, que se presentó bien educado. Me estiró la mano y, al mismo tiempo, me presentó a su esposa. La señora se llama Sú. Él seguía hablando y yo pensaba “¡Qué mujer!”: dientes ordenaditos y cabellos churcos. Estaba con una falda, que debajo, tenía unas piernas bien contorneadas, en fin, una mujer lindísima. Luego de verla mis blasfemias se callaron. Mientras ambos contaban de su traslado me dijeron que estaban buscando ampliar su departamento, y que, para eso, requerían tomar mi cuarto. Yo, apenado (bueno, no tanto), les respondí que no se me pasó por la cabeza la idea de venderla. Mientras tanto, yo pensaba “Que se vaya al diablo éste”. En ese momento (en que les negué el departamento) parecía que Jack me había entendido. Me pidió disculpas y me dijo que cuando quisiera, Sú, podría enjuagarme el cuerpo. Creo que estos nuevos vecinos están un poco locos.

Jueves 05/04/06

Ayer tratamos de acomodar el conservador pero no cabe en ninguna parte, el departamento es muy pequeño y Sú terminó por decirme que el departamento no le convence. ¡Ella misma lo eligió! Es una verdadera lástima porque necesitamos el conservador con suma urgencia. Sú tuvo una idea: me comentó que podríamos proponerle al señor Aguilar un pago para que nos guarde el conservador, ya que, finalmente, tiene bastante espacio en el cual podía acomodarlo. Me parece una buena sugerencia.

Sábado 07/04/06

Hablamos con el señor José Aguilar y ese estúpido no quiso aceptar ningún dinero. Veremos qué se puede hacer para convencerlo, por el momento no podemos hacer nada porque es un hombre fuerte y podría aplastar a Jack de un golpe. Se ve que ejercita sus músculos y que es muy agradable, es bien parecido… pero estúpido. Noté que Jack se siente intimidado ante su presencia, por eso no se atreve a decir nada más.

Lunes 09/04/06

Hoy pasó algo increíble: la señora Sú me ha invitado a comer en su casa, el miércoles en la noche. Me ha hablado de una forma bien rara. No sé si su esposo sabrá, pero qué me importa si al final quiere que me la tire. ¡Me la voy a tirar! Ojalá que quiera. Está bien buena. He pensado en lo de guardar la heladera: creo que las circunstancias me obligan a hacerlo. Perece que tienen plata.

Lunes 09/04/06

Sú invitó a José a cenar a sugerencia mía, creo que ella no se hubiese animado. Espero que José no se moleste porque tomé su periódico prestado sin su permiso esta mañana.

Recordatorio: Debo entregar el proyecto al señor Smith para el día viernes 13/04/06 a hrs. 19:00.

Martes 10/04/06

Hoy me encontré en las escaleras con el señor Aguilar. No pude evitar coquetearle y él me miró de pies a cabeza, se notaba que me desvestía con la mirada. Me invitó a pasar a su departamento para que veamos donde podíamos acomodar el conservador. Quedé sorprendida porque pensé que no quería guardarlo y pensé “debe necesitar dinero”. Entré y él cerró la puerta. Me dijo que le disculpara, que no había tenido buenos días en la semana y que había pensado nuestra oferta. Me invitó a tomar asiento. Cunado se dio la vuelta me sentí tremendamente excitada. Volvió con una taza de café mientras yo le miré fijamente. Él se sintió nervioso, lo sé por su gesto, creo que le gusto mucho. Luego comenzó a tocarme el pezón (que demostraba mi excitación) y empecé a gemir suavemente (¡cómo les gusta a los hombres eso!). Me acerqué y le toqué los brazos y el abdomen. Lo miraba hacia arriba y descendí lentamente hasta su bragueta y la mordí. Me paré y le dije que le esperaba el miércoles. Me agarró por detrás pero pude contenerlo. Creo que el miércoles será increíble.

Miércoles 11/04/06

Ésta es la noche. José vendrá las 19:00. Espero que le guste la idea. Los hombres como el suelen ser conservadores; sin embargo con el pasar de las horas accederá como la mayoría. Siento una tremenda excitación a pesar de lo temprano que es. Ya casi tenemos un departamento más grande.

Recordatorio: Entrega presupuesto lunes 15/04/06 a las 16:00.

Jueves 12/04/06

Ayer nos dimos un verdadero festejo. Casi fue romano. La velada estuvo magnífica, José estuvo maravilloso y Sú está muy contenta, yo no podría expresar mi satisfacción; sin embargo me apena el hecho de que sobró comida. Creo que él no tenía ni la menor idea que yo les acompañaría a la velada. Lo bueno es que después de unos tragos cambió un poco su expresión pero, finalmente, no aceptó divertirse con Sú y conmigo al mismo tiempo. Tuvimos que dormirlo. Hoy comenzaremos a derribar la pared a las 15:00. Tendremos que conseguir un toma-corrientes porque José no tenía ninguno con tres entradas, esperemos conseguirlo. Aunque José era un buen hombre era demasiado conservador. Luego de colocar al conservador en la heladera, Sú fue a buscar a un electricista. ¡Ésta fue una magnífica inversión!

Carta de José Aguilar a su madre

Hola, mamita. Te cuento que el viernes voy a estar por allá gracias a un dinero que me ofrecieron unos vecinos para que les guarde una heladera.
La verdad no sé para qué la utilizan. Siempre está echada llave. El otro día quise guardar unas verduras pero no quisieron que la abra. Dicen que está un poco mal. Parece que estos amigos tienen harta plata y voy a aprovechar. Bueno, mamita, te cuidas que ya voy a llegar. Un beso.
Te ama
José

Nota de prensa
EL DIARIO, 21 de diciembre de 2006

La Paz │AGENCIAS

La Policía Técnica Judicial (PTJ) encontró ayer el cuerpo, ya sin vida, del desaparecido José Aguilar Dávila (26), en un refrigerador de su departamento junto a otros cadáveres aún sin identificar.


Los cuerpos presentaban múltiples desgarramientos que iban desde el cuello hasta la región pélvica. El Jefe de la policía, Jacinto Peralta, aseguró que se trataba de mordeduras, pero que “aún no se sabe qué o quién las produjo”.


por Nesfarunfa



De Lirio



“Las palabras no son jamás locas (a lo sumo son perversas)”
Roland Barthes

Las palabras se parecen a los dibujos que hacemos de niños: espectros y siluetas débiles en apariencia. Nos retratan. Si desesperamos o entristecemos, luchamos con la misma fuerza con que las palabras luchan por alcanzar las cosas. Estiran las manitos como soles primitivos, como arañitas aplastadas accidentalmente entre las páginas de un libro.

Cuando no llegan a las cosas, cuando no se las ha entendido, padecen de muerte súbita, como el niño que no supera una crisis de hambre, de llanto, de abandono, y se ausenta de sí mismo para dejar de sufrir.


Siento que no tengo las palabras. Ellas están por ahí viviéndome. Son las que sienten la secuencia entera del orgasmo por mí cuando vivo, según yo, las situaciones al límite. No puedo explicar de otra manera que ahora las retrate, unas seguidas de otras, con el ego de un maestro: las siento y planto para que me vean. Postradas, babean. A las menos precisas las he citado. Se aburren. Bostezan. Ellas son para la vida. Nombran mis sensaciones antes de tiempo. Piensan antes que yo. No les es necesario un pensamiento fuera de ellas. Ellas tienen mis experiencias. Todas. Ellas me relatan lo que sienten, para que yo me haga un bosquejo de lo que es la vida, para que yo nombre lo que siento. Mi ignorancia, ésa, no les pertenece. No sé siquiera lo que se sentirá vivir. Sólo escucho y me manipulo. Soy imitación. ¿Cómo sentirán las palabras que nombran, que se nombran porque son? Mi ignorancia no me deja verlas. ¡Cuántas serán!

No vivo porque no conozco las palabras.

Por la costumbre, me he familiarizado con algunas pocas. Pero, la ignorancia…
Cómo quisiera sentir la vida. Soy sólo imitación. Finjo todo el tiempo, hasta cuando finjo no saber que finjo.



Mis sueños están atiborrados de abandonos.

¿Cuánto daño puede hacerme el abandono si no lo nombro, o lo nombro como cantando un rap? Que se pase. Que se abandone y me abandone el abandono. Sólo nombrándolo va a ser, y ya fue. Que las personas también pasen, como el abandono, como las palabras que nombran al abandono para que llegue y se vaya. Ellas, las personas que abandonan, también son nombradas; como en una fila de hormiguitas sus letras marchan para esconderse y desaparecer. Se van con sus nombres. Entonces está la paz. No es venganza. Ellas se van con sus palabras, con sus malos deseos. Se van. El mundo no es tan grande, ni sus personas, ni sus abandonos.
A eso se reducen las personas. A palabras que las llaman: acaba de dejarme un hongo con ego de jirafa. ¿Y qué? Las palabras también me dejan y se dejan dejar. Yo puedo dejarlas. Las abandono, putas. Y así nomás no pueden responderme lo mismo. Necesitan una boca, una voz, una conciencia herida para decirme: ¡Te dejo, puta!

En esta soledad, yo gano.

Camino al paso de mi sombra. Como campanillas, las palabras suenan a cada golpe de talón. Van colgadas de mis cabellos siguiendo a la soledad callada. Se retuercen por decirme algo que no pienso. Mis ojos sangran con su presión. Voy goteando pedazos de vidrio. Algo se ha quebrado dentro. Ahora las campanillas gritan. Tengo gargantas atravesadas en los cabellos. Se regenera el paso. El cabello crece.

Quisiera ser calva.

Las campanillas están dispuestas en bocas que se abren rojas con el último paso y muestran el paladar.


Me confunde.

Hay una palabra que se deja llamar, si no es por su nombre, al menos por alguno. Pensando en ella el pensamiento se me ha puesto color de lata. Sabe a muerto disfrazado. El todo está dispuesto a crecer en ella y a renacer cada vez. Voy a nombrar su cuerpo entero. Cada semipalabra nacerá con la carne. El cuerpo no me hallará. El sonido no es necesario para crearla. La nombro en mi silencio. Mi miedo de sueño me pide que calle y escriba. La saliva es producto del frío.

Sus letras me miran con los ojos llenos de preguntas. Mis sueños de mutilarla se convierten en aconteceres cotidianos. En el preámbulo, soy la redundancia en la espera de la extrañeza, los círculos en el acento de la palabra.

No puedo mentir ni con tinta ni con letra.

La he buscado a ver si era una verdad. Las hojas se desbaratan con nada más que ella. No se ve nada, pero aún hay sonidos. Ella camina a tientas bajo formas iletradas. Su boca se abre un poco, y respira. Por ella es posible la agonía crónica. El silencio son sus manos destrozándome.
por Alejandra

El payaso que fue gozado hasta el sollozo


Nunca pensé que la señorita Thompson me pidiera ser payaso. No pensé que ser payaso me significaría dolor.
Nunca me han gustado los payasos y de lo que me acuerdo más bien es que de niño los odiaba, los detestaba, y bastaba que se me apareciera alguno para empezar a correr y llorar.
El miedo que les tenía era inmenso. No sé qué veía en ellos. Eran algo así como unos tipos con cara de estar tramando algo, algo muy malo, quizás querer matarme a carcajadas, o raptarse a mi mamá.

Muchas veces soñaba que los payasos venían a la casa, me tocaban el timbre y de buenas a primeras me raptaban en su moto-ninja hacia una especie de templo. Una iglesia clandestina donde se encontraban mi mamá, mi perro y mis dos tías. Atadas y en ropa interior. Ven para acá- me tomaba del brazo uno de los payasos, haciéndome sentar junto a mi familia en la banqueta del centro. Luego, desde el fondo, entraba lentamente otro payaso con el cartel de “Chicharito” en el pecho y me ordenaba que lo aplaudiera.
La cosa era que Chicharito tenía el olfato rojo y una lengua de alambre, ignoro en qué usaba esos dotes, pero llegaba un punto del sueño en que las luces se apagaban y solamente quedaba en medio ese payaso, iluminado por dos reflectores y moviéndonos la cola, todo seductor y mimoso. Contorneaba la cintura un buen rato, como si le picara algo. Ooohhhh con asombro lo mirábamos nosotros, Oooohhhh qué capacidad, Oooohhhh..., hasta que de pronto, con total sinvergüenzura, el muy canalla se bajaba el calzoncillo y descubríamos con pavor que tenía el vello púbico de lana. ¡Cómo aullaba mi madre ante el horror de esa imagen! Los otros dos graciosos reían y se acercaban donde tía Emmita para chuparle la oreja. Qué diablos me causaría esos sueños, pues me espantaba mucho.

Pongo esas anécdotas de infancia como prueba para mostrarles que no hubiera querido ser payaso. No no.
Perdón que no me haya presentado todavía, qué descuido, mi nombre es Eugenio Tomedale, amigo íntimo del caluroso industrial Policarpio Van Haussen, y llegué a esta ciudad buscando una forma de pagar las numerosas deudas que me acorralaban Allá, en el lugar de dónde vengo.

Lo primero que hice al llegar, desde luego, fue ir en busca de Haussen, con la noticia de que él poseía una gran fábrica de chocolates. Pensando en la posibilidad remota de solicitarle un dinero, o en el mejor de los casos empleo.
Lamentablemente, mi buen amigo dijo que estaba en la ruina y que casi todo lo que ganaba se lo mandaba a su esposa.
Caray-pensé-pues ahora qué hago, con esa mi cara Policarpio dijo: ¿Estás realmente necesitado no?, pues sí, dije, estoy jodidamente endeudado, y no sé qué hacer, a ver...pará, me dijo, quizás podría darte el teléfono de una señora, es buena, tiempo ya que la conozco, a lo mejor te puede echar una mano.

Mi bienintencionado amigo, guiado por su solidaridad, me entregó el número de lo que posteriormente sería mi desgracia

mi flagelación.


- Hola, sí, disculpe, hablo con la Señorita Kakuna Thompson?
- Sí, ¿quién habla?
- Me llamo Eugenio Tomedale, el señor Policarpio me dijo que tal vez podría llamarla...verá usted, recién llegué a la ciudad y estoy en busca de empleo...
- ¿Pero qué clase de empleo busca?
- No sé, cualquiera, estoy dispuesto a todo con tal de trabajar.
- Eeeste...bueno. Sí, a ver..., mmmmm el trabajo que yo le ofrezco no puede hacerlo cualquiera...
- ¿A qué se refiere?-dije.
- (Hubo un pequeño silencio) ¿estaría dispuesto a todo?
- Pues Sí, a todo.

Supongo que respondí con tanto aplomo que Kakuna no tardó en proponérmelo,

- ¿sería usted payasin?
-¿payaso? Aaah, sí, pues sí, claro, no habría problema.
- Pues bien. Entonces vengase mañana mismo a la oficina, lo espero a las tres y cuarto. No se retrase. La dirección es... Está bien, dije, y luego dijo: verá qué gran trabajo es éste, el sueldo es muy bueno, y de eso ni se preocupe, usted no pensará en plata después de hacer el trabajo. Será bastante movido. Ah! una cosa, debo decirle que trate este tema con la más absoluta discreción, ya que se relacionará con niños muy...podría decirse “especiales”, y, usted sabe, no queremos que la gente juzgue y que después todo se haga público. Es un trabajo bastante duro, pero su sueldo vale la pena.
- Téngalo por seguro, dije.
¿Niños especiales? –pensé, supongo que son enfermitos, o a lo mejor retrasados, da igual, necesidad es necesidad, y terminé diciéndole: en Eso quedamos.

Y así, con mucha sorpresa me enteré, que sus niños especiales resultaron ser conocidos empresarios y gente de mucha plata que padecía de ciertos trastornos sexuales. Lo horrendo fue que lo supe, reciÉn en la primera cita.

El primer encuentro que tuve fue en una especie de funeraria, no, no una especie, sí era una funeraria. Bueno, la cosa es que yo llegué puntualmente al lugar y me quedé esperando en una sala llena de ataúdes empolvados. Sentado. Esperaba mirando mi reloj, preparado y nervioso con mis cabellitos de lana verde y mi maquillaje casero, cuando de pronto, de uno de los ataúdes, salió un tipo vestido de drácula, con unos caninos de plástico enormes, ya verás lo que te espera, me dijo sonriente, nooooooo, le grité yo, por favor señor, qué quiere hacerme, yo soy el payasito que contrataron para la fiesta de niños, señor, por piedad, se le pido, por favor, le gritaba desesperado, mientras me manoseaba con lujuria y quería clavarme sus dientes al cuello. Hasta ese momento les juro que no sabía que me habían contratado para satisfacerle sus fantasías al tipo. Me asusté mucho, incluso creo que temblé, y hasta recé, e intenté huir por la puerta, pero él me tomó por la cintura y llamó con silbidos a sus ayudantes. Amarraron mis manitos a un féretro, y me desnudaron con furia.

Me cogió dentro de un ataúd de pino. Por atrás. ¡Y sin almohada!. Me matraqueó hípicamente las nalgas, tanto y tan duro que la madera de uno de los lados chirrió quebrándose, y yo terminé doblado como una salchicha ahumada, sufriendo y chirriando entre gemidos de pena.
Mi cuello de pollo empezó a gritar ante su vampiresca mordida hartas veces basta! Basta! papuchin drácula, basta! le quiero papuchin, le quiero draculinbaba, le quiero, basta! por favor basta!


El dueño de la funeraria me pagó 200 dólares. Estupendo, pensé, me brotaban las lágrimas, pero estupendo, la inmolación de mis gracias genitales había valido la pena.


La segunda cita fue con el policía erecto. Qué forma tan firme de pararse el hombre...
Me detuvo cuando estaba en camino a una residencia de ancianos. No estoy seguro, creo que eran las seis, seis y media, estás arrestado, dijo, no le hice caso y continúe andando como si nada hubiera pasado, me siguió dos cuadras, creo que se enojó, me tomó del brazo y me llevó consigo.
Pese a que reclamé y opuse resistencia no quiso liberarme y me llevó esposado a la comisaría.
Allá, ya dentro de un cuarto opaco, me puso la supuesta de que yo era un varias veces denunciado maleante, gozador de nenas, más conocido por todos como “el Pepino”. Autor de múltiples embarazos a las cholitas del barrio, incluida su hermana.

Sentí un total asco cuando me miró fijo, cómo diciéndome: algo muy bueno te va a pasar..., y un segundo después se bajó la bragueta y me tomó del cuello, qué estás haciendo, le dije, chúpemela payasito, chúpamela con empeño si no quieres que te encarcele carajo, y como no había otra alternativa, porque ahicito de su pistola estaba la pistolita, tuve no más que acceder.

Se la estaba lamiendo breve, la puntita digamos, pero lo hacía sin gracia, con asco, porque me repugnaba pues, en serio, les digo fuera de broma, me repugnaba, ya no aguantaba mi piquito, sentía que me mareaba, se ensanchaba mi piquito, me daban náuseas feas, se estrechaba mi piquito, y además mi piquito es frág...se ensanchaba mi piquito,...,se estrechaba mi piquito, y el muy loco me agarrab...se ensanchaba mi piquito,...,se estrechaba mi piquito, y también quería contarles que m...se ensanchaba mi piquito,...,se estrechaba mi piquito, se ensanchab...

Eres un cojudo- me dijo, no tienes fuerza al chupar. Si lo vas a hacer de mala gana mejor ya no.
Sabes, mejor pasemos a otro tema. Y me hizo dar un volterete...

Me ensartó su pinga de burro hasta hacerme gemir en tres patas, wouuuu... le gemí,

Qué elegancia que tenía el poli para darme por la retaguardia, por dios qué estilo, oscilábamos muy lindo con éste, una delicia!, ahí nos hubieran visto, todo iba a las mil maravillas, de lujo, y por desgracia, sí, no hay otra palabra, por desgracia, en uno de esos embistes, y se los digo porque a mí también me duele, me descalabró la nalga izquierda con su pene, Uyyyy, me quejé, no pues, no seas, no pues así, tienes que hacerlo con calma, suavito, tené cuidado ya, con calma, ¡CALLESE mierda! me dijo el muy malo, y siguió con la bombardeada.

Entre inserción e inserción hubo un momento en que lloré poco, no sé, a lo mejor era un tipo muy rudo, o tal vez ya se empezó a aburrir, le habrán molestado mis sollocitos o qué, pero justo cuando llegábamos al desenlace de la frotación me metió por la nuca un COCACHO, taaaan pero taaaan fuerte, que me hizo, es necesario que lo diga, me hizo...me hizo palidecer en el orgasmo.

El policía sí que tenía los morocos bien duros, y pese a todo, se podría decir que me cogió con virtuosismo, con un virtuosismo violento.


Las asquerosidades impunes que me hizo en aquella cita no dejan de sangrar hasta ahora Jueves, 15 de marzo. Diariamente tengo que comprar Tampax para controlar un poco la hemorragia y que no me venga la fiebre. Supongo que estoy perdiendo sangre y eso no está bien, por supuesto que no está bien, pero no me queda de otra.

Así van pasando los días, entre delirios y fiebre, tener que lavar mis calzones y pervivir con dolor.

Tuve innumerables tragedias que no valen la pena recordar. Encuentros con empresarios gustosos de las cuclillas, ginecólogos escocidos, y un montón de pesadillas carnales que iban desde comerciantes de la zanahoria hasta violadores con dengue.

En uno de esos encuentros conocí a Manu, bueno, Manuel, pero me dijo que lo llamara Manu, con confianza y sin miedo. Él era dueño de unos restaurantes por la Recoleta en el centro, y con el tiempo creo, que se fue convirtiendo en mi mejor cliente, si es que podía haber “un mejor”, ya que por lo menos él sí se preocupaba de que me sintiera bien al hacerlo. Me hablaba mucho sobre lo que era la dignidad y el valor del trabajo. Los consejos que me daba eran maduros, como de alguien con mucha experiencia, y en ningún momento parecía ser una persona en desequilibrio.
Además era algo así como un experto en las poses. Se sabía la de la ranita, el toronbolo, la garrafa abierta, y la quena del diablo. El tipo tenía una resistencia del demonio y casi siempre era yo el que terminaba sudando.

Sus caricias eran tan emotivas, que parecían las de una madre soltera, por no decir en celo. Qué manera más linda tenía de rozarme la oreja y continuar besando, y las meneadas sabrosas con que me embestía a medianoche me hacían ver estrellitas con sapos. No estoy seguro, pero creo que hasta incluso algunas veces, se los digo sin decoro, me hacía terminar.

Un día, que llegó de la calle, me compró una pomada para hemorroides y dos calzoncillos nuevos, parecidos a los que él me había destrozado el día anterior con sus manos. La verdad es que esos ya estaban bastante desgastados por los zurros, pero igual, él terminó de romperlos metiendo sus jutuchis ahí dentro, que bien que te has acordado pensé.


Manu amaba las cosas. Amaba tantas y tantas cosas, que me parece un poco difícil, ahora que lo pienso, poder clasificarlo. ¿En qué piensas?, me preguntó un día, en nada, le dije yo, sólo miraba, mientras me quedé parado frente a un estante de muñequitos que él tenía en su sala. ¿Te gustan?, me preguntó, hizo una pausa breve, te pregunto ¿si te gustan?, insistió, no supe qué responder, por supuesto que sí, me encantaban, pero le salí con un “eeeeeste sí, un poco”, dicho con mal disimulo, pues no quería que descubriera mi afición por esos colores con vida, no lo consideraba oportuno. Supongo que se dio cuenta, pues continuó con el tema, ¿y cuál es tu favorito?, siguió, pues creo que Snoopy, Snoopy me gusta mucho le dije, ah sí?, mirá vos, a mí también me gusta, qué coincidencia, dijo, y se rió un poco, no sé si te acuerdas de ese episodio en el que Snoopy se casa, sonrió, cómo olvidarlo le dije, si ese episodio es leyenda, quién no lo ha visto, creo que tenía mis once años cuando lo vi, buenísimo, te acuerdas que Snoopy le escribe a su hermano para que venga a la boda, aaaaaaaa sííi, y su hermano, que se llamaba Spike o algo así, hace un montón de cosas para viajar, sí me acuerdo, se mete a una carrera de perros, y al final termina yéndose no más a pie a la boda de Snoopy, síííí, y al final ni casamiento hubo no ve, sí, pues no se casaron, creo que termina comiéndose el pastel de bodas cuando llega a su casa no, pues sí, así terminaba creo, era un capítulo bueno, uyyyy, suspiró, qué buen dibujo que era ese boludo de Charlie Brown,uffff, suspiró de nuevo, síiii, dije yo, che y no te has puesto ha pensar que tú y Snoopy tienen algo en común, me dijo, no sé, le dije, y me quedé pensando, no te digo en qué para que tú solito te des cuenta y a ver si encuentras la semejanza, dijo, y me quedé como pensando, entonces Manu se subió los pantalones y ven conmigo, que hay algo que te quiero mostrar, y me llevó al cuarto de arriba, en donde estaban la tele y un enorme ropero viejo. Lo abrió con sus llaves y sacó un álbum de los cajones. Son mis recortes, dijo, quiero que los veas, a ver qué te parecen, me los pasó, ¿qué tal?
A mí, me sorprendió un poco, pues nunca hubiera pensado que un tipo tan torcido como Manu, Manuel, tuviera los mismos gustos que yo. Una afición secreta por una cosa tan trivial como los dibujos animados, podría decirse incluso que su forma de verlos era casi infantil, era un niño, pues supongo que por algo te contrató no, sino le gustaran esas variedades, no te hubiera gozado pues payasin.

Me puse como loco hojeando esos recortes. Tenía de todo, desde la historia completa de la Frutillita hasta las felinas aventuras de los Thundercats. Uuuuuta nooo, dije emocionado. Retazos completos sacados de revistas, diarios y envolturas de chicle. Láminas enteras con las series de Asterix y algunos stickers de Batman. Me quedé bien excitado porque tenía toda una colección de cartas del dibujo animado que había cambiado a una generación, si quieres aquí nomaciá lo hacemos, le dije, un poster mediano de Garfield y figuritas de arlequines que se animaban a tres colores cuando las girabas en dirección diagonal al sol. Muchos bocetos en tinta china que trataban de imitar a la Pantera Rosa y una pequeña florcita trazada en torpe crayón. Ahora quiero que te pongas en cuatro carajo, y pacjj!, me metió un manotazo que me hizo volar al suelo. Manu era fuerte, sí que Manu era fuerte carajo.

Desde ese día, nos vimos casi a diario, exceptuando el domingo, día en el que él iba a misa y decía que se purificaba para su salvación.
Ya no necesité más citas con otros enfermos, pues lo que Manu me dada por mis goces alcanzaba para lo necesario y más. Poco a poco fui cubriendo mis deudas, y al cabo de casi un año, terminé de pagarlo todo. Incluso me sobraron unos trescientos dólares, con los que me hice un chequeo médico, y mandé obsequios a mi mami.

Pensé que toda esa superación se la debía a Manu y creo que, después de tantos encuentros cercanos, empecé a agarrarle un cierto cariño.
Una noche me llamó por teléfono, y quedamos al día siguiente para almorzar. Como nunca antes, Manuel me llevó a un restaurant caro y decente. Eres mi amigo, dijo, yo invito, y vos mi amigazo, le contesté.
Ya en el lugar, Manu pidió dos paceñas. Nos las tomamos buen rato y luego pedimos un pique. Estaba sabroso. Está sabroso este pique, me comentó, y luego siguió diciendo: sabes qué, quería decirte algo, te invité a este lugar para, bueno pues, para..., no sé cómo decírtelo, despedirme, para despedirme, mañana me estoy yendo de viaje (noooooo! -pensé), y pues claro, como tú has sido el único en entenderme, además de ser excelente persona, y obviamente para demostrarte que soy un caballero, no quería marcharme sin antes, echarle un último polvo contigo.

Yo me quedé callado, no sabía qué responder, qué cosas decir ese rato, iba a estar cagado si él se iba. Tendría que retornar a las cogidas con bestias, y de ningún modo quería eso.
Ya no trabajes de payasito, me dijo, y sacó un sobre café y un regalo, ten, son para vos, para que ya no estés de culito por ahí, para que cambies pues y te rectifiques. Te va a hacer daño tanto embutido payasin, te lo digo como amigo. Ha sido un gusto gozarte. Luego se levantó de la mesa, vamos, pagó la cuenta y fuimos al Mustang de Manu.

(XXX)


Finalizado el encuentro salí del auto, caminé dos pasos y crucé al frente. Abrí el sobre y noté que Manuel me había dado plata, mucha plata.
Me di la vuelta de golpe y antes de que se fuera grité: ¡Gracias Manuel!, ¡no me digas Manuel!, corrigió, dime Manu carajo! y aceleró el coche para marcharse...

Iba camino al lugar dónde vivo y decidí abrir el regalo que me había dado. Le estaba arañando el papel brilloso cuando por hacerlo choqué bruscamente a una señora. ¡Me regaló un calzoncillo blanco con un dibujo de Snoopy!, ¡trasero!, “Perdón doña”, dije, sonreí al mirarla, y continué andando no más por la acera.

FIN


por Eugenio Tomedale